Extracto de "El Zahir"

El sitio estaba inundado de luz. Ella levantó los ojos cuando entré, sonrió, y siguió leyendo Tiempo de romper, tiempo de coser para las mujeres y los niños que estaban sentados en el suelo, con telas de colores a su alrededor. Cada vez que Esther hacía una pausa, ellos repetían el texto sin levantar los ojos del trabajo.
Sentí un nudo en la garganta, me controlé para no llorar, y a partir de ahí ya no sentí nada más. Simplemente me quedé mi­rando aquella escena, escuchando mis palabras en sus labios, ro­deado de colores, de luz, de gente totalmente concentrada en lo que estaba haciendo.
Y, después de todo, como dice un sabio persa, el amor es una enfermedad de la cual nadie quiere librarse. El que ha sido atacado por ella no intenta restablecerse, y quien sufre no desea ser curado.
Esther cerró el libro. Ellos levantaron los ojos y me vieron.
–Voy a pasear con el amigo que acaba de llegar –le dijo al grupo–. La clase de hoy ha acabado.
Todos rieron y me saludaron. Ella vino hasta mí, me besó en la cara, me cogió por el brazo y salimos.
–Hola –dije.
–Te estaba esperando –me respondió ella. La abracé, apoyé la cabeza en su hombro y empecé a llorar. Ella acariciaba mi pelo y, por la manera de tocarme, yo iba com­prendiendo lo que no quería comprender, aceptando lo que no quería aceptar.–He esperado de muchas maneras –dijo ella, al ver que las lágrimas iban disminuyendo–. Como la mujer desesperada que sabe que su marido jamás comprendió sus pasos y que nunca vendrá hasta aquí, por lo que tendrá que coger un avión y vol­ver, para marcharse otra vez en la próxima crisis, y volver, y marcharse, y volver...

El viento había disminuido de intensidad, los árboles escu­chaban lo que ella me decía.
–Esperé como Penélope esperaba a Ulises, como Romeo esperaba a Julieta, como Beatriz esperaba a Dante para que la rescatase. El vacío de la estepa estaba lleno de tus recuerdos, de los momentos que pasamos juntos, de los países que hemos visitado, de nuestras alegrías, de nuestras peleas. Entonces, miré hacia atrás, hacia el camino que mis pasos habían dejado, y no te vi.
»Sufrí mucho. Entendí que había hecho un camino sin retor­no, y cuando reaccionamos así, sólo podemos seguir adelante. Fui a ver al nómada que había conocido, le pedí que me enseña­se a olvidar mi historia personal, que me abriese al amor que está presente en todos los lugares. Empecé a aprender la tradi­ción tengri con él. Un día, miré hacia un lado y vi este amor re­flejado en un par de ojos: un pintor llamado Dos.
Yo no dije nada.
–Estaba muy dolida, no podía creer que fuese posible volver a amar otra vez. Él no me dijo mucho, sólo me enseñó a hablar ruso, y me contaba que en las estepas siempre usan la palabra «azul» para describir el cielo, aunque esté gris, porque saben que encima de las nubes sigue siendo azul. Me cogió de la mano y me ayudó a atravesar las nubes. Me enseñó a amar antes de amarlo. Me demostró que mi corazón estaba a mi servicio y al servicio de Dios, y no al servicio de los demás.
»Dijo que mi pasado me acompañaría siempre, pero que cuanto más me liberase de los hechos y me concentrase sólo en las emociones, entendería que en el presente hay siempre un es­pacio tan grande como la estepa para llenarlo con más amor y más alegría de vivir.«Finalmente, me explicó que "El sufrimiento nace cuando es­peramos que los demás nos amen de la manera que imaginamos y no de la manera con la que el amor debe manifestarse: libre, sin control, guiándonos con su fuerza, impidiéndonos parar."

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