Historias de amor...???

¿Por qué los escritores no escriben historias de amor?
Ya sé que salen libros “de amor” a montones, pero no me refiero a esos:
hablo de los escritores que se tienen a sí mismos por artistas.
Convengamos que más allá de excepciones que tan sólo confirman la regla
(algún Kundera, algún García Márquez, ambos distantes ya en el tiempo),
los figurones de la literatura se están cuidando del tema como si se tratase de la gripe aviar. ¿Qué pasa con el amor: es demasiado frívolo?
El mundo está lleno de amores frívolos (que sería de tantas revistas sin ellos), pero también de amores profundísimos, y creativos, y más duraderos que el mismísimo aliento.
(Una de las mejores historias de amor de los últimos tiempos la encontré en el cine: la película de Michel Gondry Eternal Sunshine of the Spotless Mind.)
¿O será que se teme que esté trillado en exceso?
Toda la experiencia humana está trillada, así como la inmensa mayoría de los
pensamientos y sentimientos de la especie,
pero eso no debería ser obstáculo para un escritor,
ya que cualquier sentimiento parece nuevo cuando el personaje está bien construido y su circunstancia es rica; si el escritor adopta el punto de vista adecuado,
puede seguir refritando Romeo y Julieta hasta el fin de los tiempos y
ser original cada vez.

La mejor historia de amor que leí en los últimos tiempos fue una novela de Audrey Niffenegger que se llama The Time Traveller’s Wife, o sea La esposa del viajero en el tiempo.
El viajero en cuestión es Henry, un hombre que sufre una extraña condición genética que “resetea” su reloj biológico y lo impulsa súbitamente hacia su propio pasado
o hacia su propio futuro.
Henry toleraría su extraño mal de buen grado si no fuese porque ama a Clare,
la esposa del título.
Y la ama a sabiendas de que su amor es en alguna medida imposible,
porque esa condición no tiene remedio y porque Henry desaparece por
temporadas en el vórtice del tiempo: por eso conoce a Clare cuando ella
tenía seis y él treinta y seis, y se casa con ella cuando Clare tiene veintidós y Henry treinta… Este mecanismo fantástico funciona de maravillas en el relato,
porque nos enfrenta a las dificultades y a las epifanías del amor real, que se verifica entre personas como ustedes y yo, que también tenemos relojes biológicos que se “resetean” de manera constante
–sólo que en un orden lineal.
Todo amor está sometido a las dificultades del tiempo, que nos modifica a diario.
Y Niffenegger logra convencernos de que el sentimiento vale la pena, aún cuando el reloj de la existencia le juegue en contra: lo efímero, cuando es bello, resulta doblemente bello.
La culpa es de San Valentín, pero la reflexión corresponde.
El trajín diario tiende a echar tierra sobre nuestros mejores sentimientos, los opaca y los posterga indefinidamente.
Aun cuando amamos a alguien que nos corresponde y que se ha convertido en nuestra pareja,
lo más habitual es que olvidemos recordarle con la debida frecuencia cuánto significa para nosotros, o que nos rindamos al convencimiento de que no sabemos o no encontramos cómo hacerlo.
Esto se vuelve una falta más flagrante en los escritores, porque la expresión de los sentimientos debería ser nuestra especialidad.
Si nosotros, que contamos con algun blog, con las formas del cuento y de la novela y con las películas, no las usamos para que nuestros amores entiendan cuánto los amamos,
¿para qué demonios nos sentamos a diario delante del teclado?
Así que ya ves, amor. Estoy tratando de enmendar mis faltas.

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