Triste canción...

Aquella triste canción llegó a mis oídos.
Entonces nada parecía haber cambiado.
La misma ciudad, las mismas calles.
Sólo que no era ya la misma gente, de hecho, no había gente.
Entoces comencé a imaginar.
Yo, el mismo personaje invisible de siempre viendo pasar y repasar por la misma esquina a quien siempre observé de lejos.
Los pájaros se posaban sobre los árboles, en medio de ese verdor infinito.
Uno de ellos acarició mi rostro, entonces desperté y me ví en medio del desierto, lejos de la gente, lejos de quienes quiero, en medio de un triste vacío,...
y me quedé parado hasta poder volver a soñar y recodar. Llegó el crepúsculo junto al cansancio, tendí mi cuerpo para tratar de soñar y volví en un tiempo que a la vez eran miles.
Era una pesadilla de noche de verano, al despertar ya era invierno y las copas de los árboles destilaban el agua fruto del deshielo.
El sol volvía a jugar... La cadena se repetía, y el círculo tenía revoluciones más rápidas que las del reloj.
Un rayo del sol rajó la ventana, mis ojos perdieron la visión; el cielo estaba más cerca que nunca, las nubes comenzaban a despedazarce y humedecían el gras.
Mi sentidos comenzaron a deshielarse, no ví al tiempo pasar, no lo había visto desde que decidí volver atrás.
Mientras mi vida vivía del ayer, el presente había seguido su curso normal, era el momento, el día y la hora de rendir cuentas y yo recién lo había notado; tarde para empezar, tarde para arrepentirse.
Los viejos tiempos seguro que fueron buenos, pero no sé si mejores, porque los nuevos ni siquiera habían empezado.
Así que cómo hubiera podido compararlos: sólo si me decidía a vivir...

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