Semana de Reflexión

Has tratado alguna vez de convencer a un ratón a que no se preocupe? ¿Has logrado alguna vez tranquilizar a un roedor? Si tu respuesta es sí, entonces significa que eres más sabio que yo. Porque mis intentos fueron un fracaso. Mis palabras cayeron en pequeños oídos sordos.

No es que el animalito haya merecido las simpatías de alguien porque por él Denalyn lanzó un alarido, y por el alarido, el garaje tembló. Y porque el garaje tembló, yo fui arrancado de la región de los sueños y llamado a defender a mi esposa y a la patria. Estaba orgulloso de ir, de modo que con ánimo resuelto me dirigí al garaje.

El ratón estaba perdido de antemano. Sé jujitsu, karate, tae kwan do y varias otras… frases. Incluso he observado algunos comerciales sobre defensa personal. Ese ratón se iba a encontrar con la horma de su zapato.

Además de todo lo anterior, el pobre estaba atrapado en un contenedor de basura vacío. ¿Cómo llegó allí? Solo él lo sabe, pero no lo quiere decir. Lo sé porque se lo pregunté. Su única respuesta fue una carrera loca alrededor de la base del contenedor.

El pobre estaba asustado hasta la punta de los pelos. ¿Y quién no habría de estarlo? Imagínate atrapado en un contenedor de plástico y mirando hacia arriba solo para ver un gran (aunque simpático) rostro humano. Sería suficiente para hacerte castañetear los dientes.

«¿Qué vas a hacer con él?» me preguntó Denalyn, apretándome el brazo como para darme ánimo.

«No te preocupes, mi amor» le dije en un tono fanfarrón que la hizo desfallecer y que a John Wayne habría llenado de celos. «Ya verás cómo me las arreglo».

Dicho esto, partimos el ratón, el tarro de basura y yo hacia un espacio vacío. «Tranquilo, amigo. En un momento estarás en casa». Él no escuchaba. Cualquiera habría pensado que nos dirigíamos al lugar de ejecución. Si no hubiera puesto la tapa al tarro, el intruso habría saltado afuera. «No te voy a hacer daño», le expliqué. «Solo te voy a soltar. Te metiste en un problema, pero te voy a librar de él».

No se tranquilizó. No se quedó quieto. No… bueno, no confiaba en mí. Hasta el último momento, cuando puse el tarro en el suelo y quedó libre, ¿crees que se volvió para decir gracias? ¿Que se le ocurrió invitarme a comer a su casa? No. Simplemente corrió. (¿Sería mi imaginación o es que lo escuché gritando: «¡Retrocedan! ¡Retrocedan! Miren que Max, el que odia a los ratones, está aquí!»?)

Sinceramente. ¿Qué podría haber hecho para ganarme su confianza? ¿Aprender el idioma de los ratones? ¿Adoptar ojos de ratón y una cola larga? ¿Meterme al tarro con él? Gracias, pero no. Quiero decir, el ratón era todo lo simpático que quieras, pero no valía tanto como para que yo hiciera eso.

Aparentemente tú y yo sí que valemos.

¿Crees que es absurdo que un hombre se vuelva ratón? El viaje desde tu casa a un tarro de basura es bastante más corto que el camino del cielo a la tierra. Pero Jesús lo hizo. ¿Por qué?

Él quiere que confiemos en Él.

Piensa por un momento conmigo en lo siguiente: ¿Por qué Jesús vivió en la tierra todo el tiempo que lo hizo? ¿No pudo su vida haber sido más corta? ¿Por qué no venir a este mundo solo a morir por nuestros pecados y luego irse? ¿Por qué no un año o una semana sin pecado? ¿Por qué tuvo que vivir así toda una vida? Tomar nuestros pecados es una cosa, ¿pero hacerse cargo de nuestras quemaduras de sol, o nuestra inflamación de garganta? Experimentar la muerte, sí, ¿pero tolerar la vida? ¿Tolerar los largos caminos, los largos días y los malos caracteres? ¿Por qué lo hizo?

Porque quiere que confíes en Él.

Aun su acto final sobre la tierra lo hizo para ganar tu confianza.

Más tarde, sabiendo que ya todo estaba terminado, y que así se cumpliría la Escritura, Jesús dijo: «Tengo sed». Había allí un jarro de vinagre, así es que empaparon una esponja en ella, pusieron la esponja en un palo de la planta de hisopo y la alzaron hasta los labios de Jesús. Cuando hubo recibido la bebida, Jesús dijo: «Todo ha concluido». Con eso, inclinó su cabeza y entregó su espíritu ( Juan 19.28–30 )

Este es el acto final de la vida de Jesús. En la conclusión de su composición terrenal, oímos los ruidos que hace un hombre sediento.

Y a través de su sed -mediante una esponja y un jarro de vino barato- hace su última petición.

«Tú puedes confiar en mí».

Jesús. Labios resquebrajados y boca de algodón. Garganta tan seca que no podía tragar y voz tan ronca que apenas podía hablar. Está sediento. Para encontrar la última vez que sus labios se humedecieron habría que retroceder una docena de horas, hasta la cena en el aposento alto. Después de haber probado esa copa de vino, Jesús había sido golpeado, abofeteado, magullado y cortado. Había llevado la cruz y cargado los pecados y su garganta no tenía ni un poco de líquido. Está sediento.

¿Por qué no hizo algo para evitar eso? ¿No podía? ¿No había hecho que jarros de agua se convirtieran en jarros de vino? ¿No hizo un muro con las aguas del río Jordán y dos muros con las aguas del Mar Rojo? ¿No hizo, con una palabra, que dejara de llover y calmó la tempestad? ¿No dice la Escritura que «cambió el desierto en estanques de agua» ( Salmos 107.35 ), y «la roca en fuente de aguas»?

¿No dijo Dios «Derramaré agua sobre el sediento» ( Isaías 44.3 )?

Entonces, ¿por qué Jesús tuvo que soportar sed?

Mientras nos hacemos esta pregunta, agreguemos un poco más. ¿Por qué se cansó en Samaria ( Juan 4.6 ), se perturbó en Nazaret ( Marcos 6.6 ) y se enojó en el Templo ( Juan 2.15 )? ¿Por qué se quedó dormido en el bote en el Mar de Galilea ( Marcos 4.38 ) y triste ante la tumba de Lázaro ( Juan 11.35 ) y hambriento en el desierto ( Mateo 4.2 )?

¿Por qué? ¿Y por qué tuvo sed en la cruz?

Él no tenía por qué sufrir sed. A lo menos, no al grado que la tuvo. Seis horas antes le habían ofrecido de beber, pero Él lo había rechazado.

Trajeron a Jesús al lugar llamado Gólgota (que quiere decir el Lugar de la Calavera). Luego le ofrecieron vino mezclado con mirra, pero él no quiso tomarlo. Y lo crucificaron. Se repartieron sus ropas y echaron suertes para ver qué se llevaría cada uno ( Marcos 15.22–24 ).

Antes de clavarle los clavos, le ofrecieron de beber. Marcos dice que el vino estaba mezclado con mirra. Mateo dice que el vino estaba mezclado con hiel. Tanto la mirra como la hiel tienen propiedades sedativas que adormecen los sentidos. Pero Jesús los rechazó. No quiso estar aturdido por las drogas, optando en cambio por sentir el sufrimiento en toda su fuerza.

¿Por qué? ¿Por qué tuvo que soportar todos estos sufrimientos? Porque sabía que tú también habrías de sufrirlos.

Él sabía que tú te cansarías, te perturbarías y te enojarías. Él sabía que te daría sueño, que te golpearía el pesar y que tendrías hambre. Sabía que tendrías que enfrentarte al dolor. Si no al dolor del cuerpo, al dolor del alma… dolor demasiado agudo para cualquiera droga. Sabía que estarías sediento. Si no sed de agua, a lo menos sed por la verdad, y la verdad que recogemos de la imagen de un Cristo sediento. Él entiende.

Y porque Él entiende, podemos venir a Él.

¿No nos habríamos visto privados de Él si no hubiese entendido? ¿No nos alejamos de las personas cuando no las entendemos? Supongamos que te encontraras muy preocupado por tu situación financiera. Necesitas que algún amigo te demuestre su aprecio y te dé algún tipo de asesoría. ¿Buscarías la ayuda del hijo de un multimillonario? (Recuerda que lo que andas buscando es orientación, no una limosna.) ¿Acudirías a alguien que haya heredado una fortuna? Probablemente, no. ¿Por qué? Porque no te entendería. Y no te entendería porque nunca ha vivido lo que tú has estado viviendo de modo que no puede saber cómo te sientes.

Jesús, sin embargo, sí ha estado y sí lo puede hacer. Él ha estado donde tú estás y puede saber cómo te sientes. Y si su vida sobre la tierra no logra convencerte, lo hará su muerte en la cruz. Él entiende la situación por la que estás pasando. Nuestro Señor no simplemente se conduele o se burla de nuestras necesidades. Él responde «generosamente y sin reprocharnos» ( Santiago 1.5 ). ¿Cómo puede hacer eso? Nadie lo ha dicho más claramente que el autor de Hebreos:

Jesús entiende cada una de nuestras debilidades, porque él fue tentado en cada aspecto en que lo somos nosotros. ¡Pero él no pecó! De modo que cada vez que estemos en necesidad, acudamos resueltamente ante el trono de nuestro Dios misericordioso. Allí se nos tratará con inmerecida amabilidad y encontraremos la ayuda que necesitamos ( Hebreos 4.15–16 ).

¿Por qué la garganta del cielo llegó a estar tan seca? Para que pudiéramos saber que Él entiende; para que todo el que sufre oiga la invitación: «Confía en mí».

La palabra confiar no aparece en el versículo que habla de la esponja y el vinagre, pero encontramos una frase que nos ayuda a confiar. Observa la frase antes de aquella donde Jesús dice que tiene sed: «Para que la Escritura se cumpliera, Jesús dijo, “Tengo sed”» ( Juan 19.28 ). Allí, Juan nos da el motivo detrás de las palabras de Jesús. Nuestro Señor estaba preocupado por el cumplimiento de la Escritura. De hecho, el cumplimiento de la Escritura es tema recurrente en la pasión. Fíjate en esta lista:

La traición de Judas a Jesús ocurrió «para hacer realidad lo que la Escritura decía» ( Juan 13.18 ; véase Juan 17.12 ).

La suerte sobre la ropa tuvo lugar «para que esta Escritura se hiciera realidad: “Dividieron mi ropa entre ellos, y echaron suerte sobre mi manto”» ( Juan 19.24 ).

A Cristo no le rompieron las piernas «para que se cumpliera la Escritura: “Ni uno de sus huesos será roto”» ( Juan 19.36 ).

El costado de Jesús fue horadado para que se cumpliera el pasaje que dice: «Mirarán al que traspasaron» ( Juan 19.37 ).

Juan dice que los discípulos quedaron atónitos al ver la tumba vacía porque «no entendieron la Escritura donde dice que Jesús debía resucitar de entre los muertos» ( Juan 20.9 ).

¿Por qué tanta referencia a la Escritura? ¿Por qué, en sus momentos finales, Jesús estuvo decidido a cumplir la profecía? Él sabía de nuestras dudas. Y de nuestras preguntas. Y como no quería que nuestras cabezas privaran a nuestros corazones de su amor, usó sus momentos finales para ofrecer la prueba de que Él era el Mesías. En forma sistemática fue cumpliendo las profecías dadas siglos atrás.

Cada detalle importante de la gran tragedia se escribió de antemano:

• la traición por parte de un amigo cercano ( Salmos 41.9 )

• el abandono de los discípulos después que lo apresaron ( Salmos 31.11 )

• la acusación falsa ( Salmos 35.11 )

• el silencio ante sus jueces ( Isaías 53.7 )

• el ser hallado sin culpa ( Isaías 53.7 )

• el ser incluido entre los pecadores ( Isaías 53.12 )

• su crucifixión ( Salmos 22.16 )

• las burlas de los espectadores ( Salmos 109.25 )

• las mofas de los incrédulos ( Salmos 22.7–8 )

• las suertes sobre sus ropas ( Salmos 22.18 )

• la oración por sus enemigos ( Isaías 53.12 )

• el abandono por parte de Dios ( Salmos 22.1 )

• la entrega de su espíritu en las manos de su Padre
( Salmos 31.5 )

• la decisión de no romperle las piernas ( Salmos 34.20 )

• su sepultura en la tumba de un hombre rico ( Isaías 53.9 )

¿Sabías tú que en su vida Cristo cumplió 332 profecías diferentes del Antiguo Testamento? ¿Cuáles serían las posibilidades matemáticas que habría para que una persona cumpliera todas estas profecías durante su vida?

(¡Es decir, noventa y siete ceros!) 1 ¡Asombroso!

¿Por qué Jesús proclamó su sed desde la cruz? Para poner una tabla más sobre aquel puente firme por el cual pueda pasar el incrédulo. 2 Su confesión de estar sediento es una señal para todos los que le buscan de que Él es el Mesías.

Su acto final, entonces, es una palabra cálida para los cautos: «Puedes confiar en mí».

¿No necesitamos alguien más en quien confiar? ¿No necesitamos para confiar a alguien que sea más grande que nosotros? ¿No estamos cansados de confiar en personas de esta tierra para que nos entiendan? ¿No estamos cansados de confiar en las cosas de esta tierra para lograr fortaleza? Un marinero que se está ahogando no pide ayuda a otro marinero que se esté ahogando. Un preso no le ruega a otro preso que lo deje libre. Un pordiosero no va a pedir ayuda a otro pordiosero. Él sabe que necesita acudir a quien sea más fuerte que él.

El mensaje de Jesús a través de la esponja empapada con vinagre es este: Yo soy esa persona. Confía en mí.

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